No me voy a hacer el superman, pero siempre tuve una buena tolerancia al dolor físico y durante muchos años tuve problemas con las uñas de mis pies, especialmente en los pulgares, las que se divertían de lo lindo encarnándose.
Durante ese tiempo recurrí a numerosos podólogos/as, los que me daban soluciones temporarias al problema, me decían que tenia las uñas del tipo herradura, y experimentaban con cortes al medio, tensores que se pegaban, como los de la nariz para no roncar, que evitaban el arqueo, y por ende que se clave la uña en la carne.
Podrido ya de vivir con la zona lastimada, decido ir a un cirujano para que las extirpe, cosa que hacen primero con la uña del pulgar derecho y dos meses después con la del izquierdo. Fueron momentos de tranquilidad hasta que la uña del derecho, cual Terminator 2, renace, cobra fuerza y se vuelve a clavar. Otra operación, otros meses de paz, pero la maldita uña volvió y volvió para encarnarse.
Cuando te duelen los pies, pisas mal, y si pisas mal, te termina doliendo todo el cuerpo.
Ese momento, me sentí condenado a sufrir de por vida, hasta que me di cuenta, que el problema no era la uña, sino la parte de mi dedo que le impedía crecer. Como la mayoría de los médicos, al menos todos los que conocía en ese momento, entienden solo de medicina, y no de las razones de una uña que quiere ser libre, decidí por mi cuenta liberar a la uña de su barrera, liberándome a mi de esa condena al dolor, así que, previa asepsia, bisturí en mano, procedo a crear ese camino a la redención. La escena no fue muy agradable, y luego de esta auto operación, intente desmayarme, en vano, solo para darle pompa a la situación.
Pasado el tiempo y las curaciones, mi uña llego a donde quería, y yo dejé de sufrir. Son feas y torcidas, no duelen y son libres.
En el camino a la libertad, a veces, para atravesar ciertos obstáculos que tenes enfrente, hay que cortar y hacer doler, a quienes uno quiere.